Cuando, después de casi 500 días de cautiverio, Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot retenida en 1992, salió libre, un periodista le preguntó qué había pedido a sus secuestradores para aguantar la presión: ¿Tranxilium? ¿Trankimazin? “Yo con mi valeriana tenía suficiente”, contestó ella. Maria Àngels no estaba bromeando. La valeriana es la planta sedante más vendida en el mercado español; existen hasta 53 productos basados en ella, y su uso contra la ansiedad y el insomnio está ampliamente documentado. De hecho, ya se utilizó durante la Segunda Guerra Mundial para aliviar la angustia originada por los bombardeos.
Como esta, muchas plantas medicinales han demostrado su valía a lo largo de la historia. Los egipcios las utilizaban de forma sistemática; se conocen más de 700 fórmulas egipcias con este fin, y se sabe que el primer texto escrito sobre el uso de plantas medicinales tiene unos 4.000 años (aparece en una tablilla Sumeria de arcilla).
Actualmente, se estima que en el mundo se utilizan 10.000 especies vegetales con fines medicinales. Si alguien quisiera tratarse exclusivamente con fitoterapia, encontraría la opción en el mercado. Solo con las registradas en el Consejo General de Colegios Oficiales Farmacéuticos, existen alrededor de 1.200 presentaciones distintas de productos con plantas medicinales, pertenecientes a 47 laboratorios. Según el Centro de Investigación sobre Fitoterapia (INFITO), su principal aplicación es el tratamiento y prevención de los trastornos del sueño y de la ansiedad (57,3%), seguida por los digestivos (41,9%) y los problemas circulatorios (17,7%). Por otro lado, en ocasiones el mercado se ve influido por las modas. Actualmente, y seguramente por la cercanía del verano, dos productos para adelgazar están pegando fuerte: el mango verde africano y la avena (esta, gracias al auge de la dieta Dukan).
Hay aplicaciones en las que las plantas han demostrado ser clave. Por ejemplo, en el cólico del lactante, una afección que prácticamente solo se trata con fitoterapia y con gran éxito (un estudio de la Universidad de Turín demuestra que la mezcla de melisa, hinojo y manzanilla consigue disminuir el llanto causado por cólicos en un 85,4% de los casos). El mercado incluso ha diversificado su uso. El lúpulo ha demostrado ser tan eficaz para combatir el insomnio que se está utilizando para elaborar el interior de almohadas, por ejemplo.
El dilema de las bayas de goji
Su uso entre la población, crece. Según un informe de INFITO, una de cada tres personas utiliza la fitoterapia en sus tratamientos y dos de cada tres pediatras recomiendan su uso, algo muy raro hace una década. Sin embargo, este auge plantea nuevos retos para un sector con una guerra más o menos abierta con el mundo farmacéutico y que está a menudo en entredicho. En los últimos tiempos han aparecido informaciones contradictorias respecto a la validez y garantía de ciertos productos fitoterápicos. El año pasado, la OCU pidió a Sanidad que retirara del mercado las bayas de goji “por contener sustancias tóxicas”. Al poco del comunicado, Seguridad Alimentaria determinaba que el producto no contenía ninguna sustancia perjudicial y rechazaba la petición. Sin embargo, el daño ya estaba hecho y la venta de las bayas de goji cayó en picado. Algo parecido ocurrió en 2008 con el zumo de noni: un vecino de Granada falleció después de consumirlo, y aunque no se demostró ninguna relación directa entra la muerte y el producto, este dejó prácticamente de venderse.
Incluso productos en teoría ampliamente contrastados, como la equinácea, que actualmente en Estados Unidos tiene una facturación anual estimada de 300 millones de dólares, son revisados permanentemente por laboratorios. Un estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison llegó a la conclusión de que esta planta tiene un impacto muy bajo para el alivio del resfriado (su principal aplicación) y que, concretamente, reducía el período de la afección solo entre siete y diez horas.
Para Yolanda González, presidenta de la Federación Española de Asociaciones de Herbodietética (Fenadiher), el problema está en que las plantas pueden venderse “en cualquier sitio”. La ley dice que si una planta o preparado se presenta “con fines terapéuticos, diagnósticos o preventivos”, se considerará medicamento, y como tal, solo se podrá dispensar en una farmacia. Las que no hagan estas referencias (generalmente, en ese caso se definen como “complemento dietético” o “de uso tradicional para…”) pueden distribuirse por otros canales, excepto la venta ambulante. El resultado es que una misma planta se encuentra como medicamento (en farmacias) y en forma de producto no medicamentoso, y que en este último formato puede venderse no solo en un herbolario, sino también en supermercados u otro tipo de tiendas alimentarias, o incluso internet.
“No hay ningún artículo vendido en un herbolario que no haya pasado un registro sanitario, pero si una persona puede comprar perlas de ajo, por ejemplo, a un euro y pico en un supermercado, que sepa que seguramente ese producto no tendrá principio activo suficiente y que no le servirá de nada. Luego, creerá que la fitoterapia no funciona”, explica Yolanda González.
Hay otros peligros: “Mucha gente cree que, por naturales, las plantas no son dañinas; y eso es un error. Tienen tóxicos, y se pueden acumular en nuestro organismo”, explica Teresa Garnatje. Algunas pueden presentar contraindicaciones, causar interacción con otros medicamentos e incluso interferir en procedimientos quirúrgicos. El regaliz, por ejemplo, puede descontrolar la tensión de una persona hipertensa, en según qué cantidades. En niños, las contraindicaciones son mayores. Algunas plantas no son recomendables para menores de seis años (tomillo), otras no tienen estudios concluyentes de su incidencia en la población infantil. Otra dificultad es que en muchos productos las dosis no están claras. Se recomiendan cosas genéricas como “una cucharada” (¿de qué medida?).
Para la presidenta de Fenadiher, una solución sería permitir una homologación de conocimientos: “No tenemos una carrera universitaria concreta; cada uno se forma bajo su responsabilidad. Puede abrir un herbolario cualquiera, y eso va en detrimento de nuestra profesión. Pero sí que ha habido un cambio generacional; hace 25 años, los herbolarios eran regentados por personas a quienes les gustaba la medicina natural; hoy, la mayoría son licenciados (farmacéuticos, biólogos, químicos…)”