Sólo 10 miligramos de ADN enterrado durante unos 50.000 años en una cueva de Siberia han bastado para esbozar el retrato robot de un grupo humano arcaico desconocido hasta 2010. Los denisovanos se expandieron rápidamente por grandes zonas de Asia a partir de una población única, sin llegar a formar nunca grandes grupos, por lo que su variedad genética fue muy reducida. Seguramente tenían piel, cabello y ojos oscuros y se parecían más a los neandertales que a nosotros, y algunos de sus genes han llegado hasta el 3% de los habitantes actuales de Papua Nueva Guinea, así como a algunas poblaciones de China.

Son algunas de las conclusiones que presenta hoy en Science un equipo del Instituto Max- Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania) dirigido por Svante Pääbo. Para analizar el material genético extraído de un fragmento fósil del dedo de una joven, encontrado en la Cueva de Denisova, han utilizado una nueva técnica que promete un impulso decisivo en la investigación del ADN antiguo.

Debido al deterioro y la escasa cantidad de material aprovechable que suelen presentar este tipo de fósiles, Matthias Meyer, del mismo departamento, decidió probar a separar las dos cadenas de la doble hélice de ADN y someterlas por separado al proceso de secuenciación. Su intento tuvo éxito y se ha conseguido una precisión en la lectura de las bases que forman el ADN similar a la obtenida en muestras extraídas a personas vivas. De esta forma, se ha averiguado más sobre los denisovanos, de los que sólo se cuenta con dos molares y el fragmento de dedo analizado, que de otros grupos extintos de los que tenemos cientos de fósiles.

En el estudio se ha comparado el material con el de algunos neandertales y de once personas que viven hoy en diversos puntos del planeta. Sus conclusiones indican que los denisovanos estaban genéticamente más cercanos a los neandertales que a nosotros, y también que su parentesco con el chimpancé era mayor que el nuestro.

Los autores apuntan a que la joven a la que perteneció el fragmento de dedo pudo vivir hace unos 80.000 años, a pesar de que la capa de suelo en que se encontró este se había fechado entre 50.000 y 30.000 años atrás. Aunque no apuestan por ninguna de las dos opciones, sí destacan que, de confirmarse su dato en investigaciones futuras, esta sería la primera vez que se fecha un fósil basándose únicamente en el análisis genético.

Además, el análisis ha detectado un grupo de unas 100.000 mutaciones propias sólo de los humanos modernos, porque se han producido después de que los denisovanos se separaran del tronco común. Algunas están relacionadas con las funciones cerebrales y el desarrollo del sistema nervioso, otras con la piel, los ojos y la forma de los dientes y otras con ciertas enfermedades. Las conclusiones más concretas sobre su alcance “irán a apareciendo a lo largo de las próximas dos décadas”, según declaró Pääbo en la conferencia de prensa organizada por Science.

Pilar Gil Villar