Los entusiastas de la caza del ciervo da­rían casi cualquier cosa por tener la oportunidad de perseguir a este gigante del Pleistoceno que hace tiempo se podía hallar en Europa.

Un macho de megaloceros típico tenía más de dos metros de alzada, hasta la cruz, y lucía astas de cuatro metros de envergadura.

En realidad, era más un ciervo que un alce, y su pariente vivo más cercano es el gamo, mucho más pequeño; ambas especies se separaron evolutivamente hace unos diez millones de años.

El abismo entre las dos especies significa que es difícil imaginar cómo un genoma completo podría ser convertido en un animal vivo que camine y respire.

Redacción QUO