Lo han llamado cariñosamente Ida, científicamente Darwinius masillae (en honor a Darwin), y coloquialmente «la octava maravilla del mundo». Los investigadores alemanes comandados por Jens Franzen sostienen que este fósil de unos 47 millones de años (extremadamente bien conservado, eso sí) es el verdadero eslabón perdido de la evolución porque, según ellos, representa como «lo más cercano que tenemos a un ancestro directo».

El descubrimiento, con ser científicamente importante, ha recibido importantes críticas de parte de la comunidad investigadora ya que fue presentado con con cierta exageración mediática y dialéctica, al más puro estilo del lanzamiento de un disco: con un documental en DVD (presentado por el afamado David Attenborough), un libro, una página web y un gran acto en el Museo de Ciencias Naturales de Nueva York apadrinado por el Canal de Historia.

Varios medios españoles y extranjeros se han hecho eco de la noticia asumiendo que es, como se decía en la presentación del estudio publicado en la prestigiosa revista Plos One, «revolucionaría el entendimiento de la evolución humana». Pero lo cierto es que el Salvador Moyá-Solá, director del Instituto Catalán de Paleontología, confesaba a la web de la BBC que «se trata de un adápido, […] que ni siquiera tiene relación muy directa con los lemuriformes actuales, que hubiera podido ser una de las aportaciones interesantes que habría podido dar este fósil «.

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Redacción QUO