El saludo al sol también es ejercicio aeróbico
Quemamos más energía al cambiar de postura que cuando nos esforzamos en mantenerla.
Los estudios no cesan de encontrar beneficios al yoga. Ahora no solo sirve para rebajar el estrés y aumentar la flexibilidad sino que, si se practica con la velocidad suficiente, también cuenta como ejercicio aeróbico, según un grupo de investigadores de la Universidad de Miami. Los científicos cubrieron a 22 personas con sensores que registraban su gasto energético mientras hacían el saludo al sol una vez tras otra, durante ocho minutos. Y vieron que quienes mantenían cada postura durante tres segundos quemaban de media 48 calorías por sesión, por las 29 de quienes guardaban las clásicas poses durante 12 segundos.
O sea, que su esfuerzo era mayor durante el cambio de postura que en la lucha por mantenerla. Esto ha llevado a los investigadores a equiparar este ejercicio al entrenamiento a intervalos, en el que se intercalan esprints explosivos con breves momentos de recuperación. Es una gran noticia para los amantes del yoga, puesto que subir el corazón de revoluciones durante 150 minutos semanales está vinculado a una vida más larga y sana.
Imitando a la vida
Estas microestructuras podrían utilizarse para fabricar materiales autoensamblables capaces de reproducir esqueletos en un laboratorio.
Parecen hongos, hojas o dientes diminutos y vivos. Pero no, son cristales. Hace 30 años, el investigador del CSIC Manuel García Ruiz descubrió en el laboratorio estas estructuras de sílice y carbonato que se organizan con formas características de los organismos vivos. Por eso las llamó biomorfos.
Lo que nadie había podido averiguar, a pesar de múltiples intentos a nivel internacional, es por qué se configuran de ese modo.
Hasta que el mismo García Ruiz ha dado con la clave: el secreto está en el grado de acidez. Son las oscilaciones en el pH las que les confieren morfologías “prohibidas por la simetría y ángulos de la estructura de los cristales”, afirma.
Precisamente esa organización excepcional puede aprovecharse para trabajar con biomateriales, por ejemplo en creaciones de laboratorio que se ensamblen solas e imiten esqueletos o prótesis.
El pájaro que hablaba 400 lenguas
Los indígenas americanos conocen al cenzontle (arriba) como el 400 lenguas, aunque, en realidad, “solo” es capaz de interpretar hasta 200 trinos.
Esta ave es una maestra de la imitación y un caso de estudio para la ciencia, pues todos los pájaros pían, ululan, graznan, cotorrean… pero solo unos pocos saben cantar como ella. Los elegidos dominan el aprendizaje vocal, un proceso que las personas empleamos para desarrollar el lenguaje imitando a nuestros congéneres, y que es raro en la naturaleza: no lo tienen ni nuestros parientes evolutivos más cercanos.
Por eso, un grupo de investigación de la Universidad de Texas está estudiando al diamante cebra de Timor (a la derecha). Utilizan técnicas de imagen que permiten analizar sus neuronas al detalle mientras aprende a cantar, y métodos de optogenética con los que activan y desactivan, mediante luz, las proteínas implicadas en el proceso. Esperan poder ayudar a desarrollar tratamientos para enfermedades que traban el desarrollo del lenguaje.
El láser reescribe las primeras aves
Una técnica empleada hasta ahora solo en restos microscópicos permite detectar partes blandas ocultas a simple vista.
En la provincia china de Liaoning se han hallado fósiles extraordinariamente bien preservados de Confuciusornis, una de las primeras aves conocidas. Con pico, alas y larga cola formada por dos plumas, se consideraba incapaz de volar y nadie había determinado hasta ahora si vivía preferentemente en el suelo o en los árboles. Sí que lo hizo a principios del Cretácico. Para averiguar con mayor precisión los detalles de su comportamiento hacía falta algo más que restos de huesos. Y la bióloga Amanda R. Falk se propuso encontrar esa información.
Para ello, aplicó a dos ejemplares conservados en el Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de Pekín una técnica hasta hace poco reservada a fósiles microscópicos: la fluorescencia estimulada por láser. Su ventaja es que permite detectar restos orgánicos y partes blandas ocultas a simple vista.
Efectivamente, allí estaban: escamas con estructura de retícula en las patas, que prestarían mayor flexibilidad a los dedos, y restos de tejido blando bajo los pies, especialmente aptos para superficies rugosas. Ambas características, junto a la gran curvatura de las garras en las cuatro extremidades, apuntan a una gran destreza para desplazarse por las ramas.
Pero ¿cómo llegaban hasta ellas? La bióloga del Center College de Kentucky (EE. UU.) también tiene una respuesta. Sus alas, con una forma hoy inexistente, presentan una membrana que une el hombro con la muñeca –el patagio–, capaz de ayudar a Confuciusornis a mantener su peso en vuelo. Quizá no para una migración, pero sí en trayectos cortos.
La imaginación que conquistó el universo
Los artistas concibieron cada detalle de la exploración del espacio mucho antes de que los científicos empezasen a tomarla en serio.
En 1952 la revista carrier’s publicaba esta versión del ilustrador Fred Freeman sobre una expedición a la Luna. Hoy queda recogida en el libro Spaceships, de la editorial Elephant Book. El artista Ron Miller recopila en él las múltiples propuestas sobre diseño de naves e infraestructuras que invadieron los medios de comunicación en pleno auge de la carrera espacial.
Junto a ese mundo imaginario, nos presenta los frutos de la ingeniería real: cohetes, transbordadores, cápsulas… A través de la comparación deja patente hasta qué punto la ciencia ficción ha inspirado (e impulsado) nuestro anhelo de explorar otros mundos y la forma de llegar hasta ellos.