Una tortuga marina solo pasa el 1% de su vida en tierra. A partir del primer contacto con las olas, se convierte en un gran misterio sumergido, fisgoneable únicamente desde barcos o inmersiones de buceo. O durante las breves estancias de las hembras ponedoras en sus playas natales.

Al menos, así fue hasta que en 1956 el herpetólogo estadounidense Archie Carr diera la voz de alarma en su libro The Windward Road sobre la amenaza que se cernía sobre ellas: en aquella época, la sobrepesca por sus codiciadas conchas, pieles, carne y huevos. Inspirada en su obra, tres años más tarde se fundaba en Florida la organización Sea Turtle Conservancy (STC), con una clara misión: investigar a estos animales para poder protegerlos. Pero ¿cómo seguirlos en sus migraciones? ¿Cómo observarlos mientras alternaban frías profundidades y cálidas zonas superficiales para, como buenos reptiles, regular así la temperatura de sus cuerpos?

Es difícil ver a un macho, a menos que haya montado a una hembra y siga ahí cuando llega a la playa

Las primeras técnicas incluyeron propuestas tan peregrinas como atarles a la concha globos de helio naranjas y seguirlas en barca, relata David Godfrey, director de la STC en los últimos veinte años. “Algo impensable hoy en día, por el gran riesgo de que se enreden en el hilo”, dice. Por suerte, la tecnología evolucionó y llegaron las etiquetas de marcaje y, más tarde, los transmisores por satélite.

Las crías y las hembras ya desovadas encuentran el mar por el resplandor del horizonte. La iluminación costera es una trampa mortal para ellas.
BEN HICKS

Los actuales, pequeños e hidrodinámicos, duran un par de años y emiten una señal GPS de altísima fiabilidad desde el caparazón al que van fijados. Y el animal no sufre, ya que esa parte de su anatomía no tiene nervios.

Las medusas no contienen demasiados nutrientes. Por eso, una tortuga laúd debe consumir al día el equivalente a su peso, más de 600 kilos.
Barcroft Media

Para colocarlos, eligen hembras de tortugas laúd (Dermochelys coriacea), las mayores del planeta, con hasta dos metros de longitud, y únicamente de aquellas en perfecto estado de salud que ya hayan enterrado sus huevos. En la STC no tienen nada contra los machos, pero hay que ir a atraparlos en alta mar mientras buscan alimento. A menos, comenta Godfrey, que “alguno haya montado a una hembra y aún continúe a su grupa cuando esta llega a la playa”.

Tortugas de carreras

Gracias a los chivatazos de sus sensores vamos sabiendo algo más sobre cómo han fijado sus rutas estos reptiles con unos 150 millones de años de existencia. Desde el Caribe, suelen ascender por la costa este de EEUU, cruzar el Atlántico y bajar frente al litoral europeo para llegar a África antes de regresar, al cabo de entre dos y tres años.

La marca Certina ha iniciado un patrocinio a la organización Sea Turtle Conservancy. Lo celebra con la edición especial Sea Turtle de su reloj de buceo Certina DS Action.
Certina

Ante los investigadores, su periplo va dibujándose con múltiples rutas de puntos sobre el mapa, una por navegante. La emoción del seguimiento en tiempo real les pareció un buen reclamo para divulgar su trabajo de conservación.

Por eso establecieron el Tour de las Tortugas, en el que retransmiten los recorridos de unas doce tortugas laúd durante tres meses en la web tourdeturtles.org/. El público puede elegir una favorita e ir comprobando su itinerario. ‘Ganan’ los fans de la que recorra una distancia más larga durante el plazo del concurso. Pero el año pasado encontraron algo más que diversión en el evento. Una de las contendientes, Marina, arrancó en Panamá, pero no siguió la ruta habitual: se quedó surcando las aguas del golfo de México de un lado a otro, guiada por la presencia de medusas.

A partir de entonces, los investigadores detectaron a otras congéneres con el mismo comportamiento y tuvieron que admitir una nueva ruta en los hábitos migratorios de la especie. Es más, gracias a la retransmisión de algunos machos, realizaron un nuevo descubrimiento.

De menor tamaño que las hembras –que han de llevar los huevos y suelen viajar más lejos–, tienen destinos y hábitats distintos. Por eso, cuando quieren aparearse, deben perseguirlas en largos trayectos hasta donde estén. Sin embargo, vieron que algunos sencillamente se desplazan a esas zonas del golfo de México y las esperan allí. “Eso no lo sabíamos hasta que no empezamos la monitorización por satélite”, cuenta el biológo durante la entrevista en el zoo de Londres, con ocasión del acuerdo de patrocinio entre su organización y la marca suiza de relojes Certina, que también había apadrinado a la tortuga Marina.

La incursión caribeña de esta tortuga y sus colegas ha puesto de manifiesto además que el vertido de la plataforma Deepwater Horizon ha resultado mucho más perniciosa para las laúd de lo que se creía.

Niñas de 30 años

La monitorización por satélite también está contribuyendo a resolver una gran incógnita sobre estos animales. Aunque se sabe que viven más de cien años, no se conoce un rasgo anatómico para calcular fácilmente la edad de un ejemplar. Ahora, una vez etiquetadas, se puede determinar el ritmo de crecimiento y derivar la edad del tamaño, que continúa aumentando a lo largo de toda la vida. En ellas, la talla es independiente de la madurez sexual, que no llega hasta los 30 años, más o menos. Por eso resulta tan difícil reemplazar a los ejemplares que desaparecen y restaurar poblaciones mermadas. Algo con beneficios para muchos seres vivos.

Cada una, su menú

Estas parsimoniosas criaturas presiden la pirámide alimenticia de todos sus ecosistemas y su presencia nos habla del estado de salud de los mismos.

Cada especie está focalizada en un tipo de alimento. Las laúd casi exclusivamente en medusas, que forman plagas si ellas faltan. Las verdes (Chelonia mydas), llevan una dieta vegetariana de algas y plantas de praderas marinas. Al mordisquear estas a diferentes alturas, crean involuntariamente hábitats variados para distintos tipos de organismos. Las de carey (Eretmochelys imbricata), por su parte, mantienen en jaque a las esponjas y les impiden invadir los arrecifes de coral.

Pero su importancia ecológica no termina ahí. Habitualmente el flujo de nutrientes viaja de la tierra al mar, y las tortugas “son el único animal marino de buen tamaño que devuelve los nutrientes del mar directamente a tierra. De hecho, cavan un agujero y los entierran en él [en forma de huevos]. Cuando las crías salen, sirven de alimento a mamíferos, cangrejos, aves, y también a las hierbas y matorrales que mantienen sanas las dunas”, aclara el biólogo estadounidense. “Por eso, si las proteges a ellas estás contribuyendo a proteger todos esos hábitats”. Y viceversa. Al eterno peligro de los depredadores, se han unido los derivados de la ‘invasión humana’ a los que no han tenido tiempo de adaptarse: playas edificadas y con tráfico de vehículos, iluminación costera, captura ilegal, acidificación del océano, redes de pesca en las que quedan atrapadas o la contaminación plástica. Últimamente están estudiando una repercusión directa del calentamiento global. Lo que determina el sexo de una tortuga es la temperatura, y en las playas de todo el planeta casi solo están saliendo hembras de los nidos. Aún no saben qué problemas acarreará esto o cómo abordarlos. De nuevo, les ayudan sensores que colocan al fondo del nido y, al pasar junto a este, envían todos los datos a un lector de mano. Pero los datos no bastan.

“Puedes escribir todos los artículos que quieras”, asegura Godfrey. “Eso solo no va a cambiar nada. Tienes que sentarte con un legislador y hacerle comprender cómo actuar para proteger un hábitat”. Y ellos también se sientan.