El microdosing, es decir, la ingestión regular de cantidades muy pequeñas de sustancias psicodélicas, ha experimentado una rápida explosión de popularidad en los últimos años.
Es una tendencia que apareció por primera vez en San Francisco hace menos de una década. Mientras que una dosis completa de LSD es de aproximadamente 100 microgramos, los foros online comenzaron a llenarse con las historias de los ambiciosos trabajadores de tecnología de Silicon Valley elogiando el efecto de tomar de 10 a 20 microgramos cada pocos días. Otros usaban hongos alucinógenos. Si bien ambas drogas son ilegales en los EE.UU. y el Reino Unido, cada vez más gente afirma que pequeñas cantidades los están volviendo más centrados, creativos y productivos.
Sin embargo, la evidencia científica sigue siendo inestable. El último estudio, publicado en febrero en la revista de acceso abierto Plos One, hizo un seguimiento de la experiencia de 98 microdosers.
Hay, según el estudio, «una percepción de la microdosis como una panacea general que puede mejorar prácticamente todos los aspectos de la vida de un individuo». Los 98 participantes esperaban que sus beneficios fueran «amplios y de gran alcance». Sin embargo, aunque se notaron algunos cambios claros, como la disminución de la perturbación de la mente, el estudio no encontró evidencia de mayor creatividad o satisfacción con la vida. De hecho, después de seis semanas de microdosis, se observó un pequeño aumento en el neuroticismo. Sí ayudó a los participantes del estudio a reducir sus niveles de estrés y depresión.
¿Cuánto riesgo tiene la microdosis?
La investigación en esta área tiene una larga y peculiar historia. Usados para tratar los trastornos del estado de ánimo, desde la ansiedad hasta el alcoholismo en los años 50 y 60, los psicodélicos, incluidos el LSD y la psilocibina (el ingrediente activo de los hongos alucinógenos), se clasificaron como ilegales en Gran Bretaña en 1971. Desde que los EE.UU. también los prohibieron el año anterior, las investigaciones sobre su uso clínico se detuvieron, mientras crecían las historias de terror sobre sobredosis recreativas y malos viajes.
Hasta que en 2011 llegó la Guía del explorador psicodélico. Escrito por el psicólogo e investigador estadounidense James Fadiman, quién introdujo el término microdosing en la cultura popular. En su libro se establecían las dosis adecuadas (10 microgramos de LSD cada tres días) e incluía informes de primera mano de la mejora de la productividad. Fadiman atrajo seguidores en los Estados Unidos y luego en todo el mundo y la investigación científica se reanudó gracias al súbito interés.
Ahora mismo, en el Imperial College de Londres, se está llevando a cabo el primer estudio de microdosing controlado con placebo, del mundo. Los sujetos del estudio sobre microdosis se ofrecen voluntariamente a tomarlo en cápsulas, algunas de las cuales contienen su dosis habitual y otras un placebo. Así sin saber si han consumido o no, responden cuestionarios y resuelven tareas diseñadas para medir sus capacidades cognitivas y su bienestar.
“Si obtenemos imágenes cerebrales cuando el sujeto ha tomado una dosis completa de psicodélicos en el cerebro, podremos ver que muchas de las redes funcionales comienzan a fusionarse entre sí”, dice el Dr. David Erritzoe, el director del estudio. «Hay una comunicación más amplia entre las redes. Esa podría ser la biología detrás de este estado mental o percepción más libre que la gente suele informar».
Podría ser que lo mismo esté suceda, en menor medida, cuando se toma una microdosis, explica. «Nuestros colaboradores en Copenhague han realizado recientemente una investigación realizando escáneres cerebrales con diferentes dosis de psilocibina. Parece que la cantidad a la que la comunidad psicodélica llama microdosis llega a muchos receptores cerebrales, podría tener un efecto real».
Por otro lado: «Estamos buscando para ver si el efecto de la microdosis supera al del efecto placebo», dice Balázs Szigeti, socio del estudio. «No cuestionamos el hecho de que los microdosers experimenten un efecto positivo, sino si se debe a razones psicológicas o a un efecto farmacológico».
Esther Sánchez