Durante toda nuestra historia hemos vivido en comunidades. Estas se han ido adaptando a los cambios sociales y culturales, generando nuevas formas de comunicación entre los seres humanos. Esa misma historia nos ha demostrado que, cuanto más fuerte sea la unión de la comunidad, mejor parados saldrán todos a la hora de gestionar una crisis social, cultural o de cualquier tipo.
Investigadores de la Universidad de Antropología de Arizona han respaldado esta teoría. Analizaron con detalle las redes sociales de culturas prehispánicas y descubrieron que aquellas comunidades que permanecieron más conectadas entre sí contaron con mejores oportunidades para gestionar con éxito una crisis que cualquier otra con menor número de conexiones externas. Los propios antropólogos reconocen que, a pesar del tiempo transcurrido, es una situación aplicable a nuestro tiempo: «Gran parte de la investigación más reciente sobre gestión de crisis, se observa cómo las comunidades se movilizan a través de las redes sociales con el fin de ayudarse a superar desastres naturales, como ocurrió con el huracán Katrina«, asegura Lewis Borck, uno de los autores de la investigación.
Afianzando nuestros lazos
Para comprender cómo interactuaban las distintas comunidades, los antropólogos examinaron los objetos y datos recopilados por el Proyecto de Comunidades del Suroeste, patrocinado a su vez por la Fundación Nacional de Ciencias. Dicho proyecto cuenta con una base de datos de millones de artilugios de obsidiana y cerámica, recogidos por la antropóloga Barbara Mills y su equipo. Según explican, cuando hallan los mismos tipos de cerámica en proporciones similares en distintas comunidades, implica que existía una relación entre ellas. Para llegar a estas conclusiones, estudiaron las relaciones de 22 subáreas diferentes del suroeste, basándose en un análisis de más de 800.000 piezas halladas encontradas en más de 700 yacimientos arqueológicos.
Fue así como descubrieron que, durante los 23 años de dura sequía acaecidos entre 1276-1299, los lazos entre varios grupos fueron estrechándose y haciéndose más fuertes, ya que la gente recurría a sus vecinos para recibir ayuda, apoyo o recursos, ya sea en forma de alimento o de información. «Era una manera de movilizar recursos y aumentar la diversidad de los mismos gracias a la interacción con grupos más distantes», explica Borck. El pueblo Hopi, que a día de hoy sigue existiendo en el norte de Arizona, son un ejemplo de población que empleaba este tipo de gestión de crisis.
No todos se unieron a la comunidad
Aún así, hubo grupos que no se integraron en estas antiguas redes sociales, prefirieron vivir más aislados en la naturaleza o se encontraban más cómodos practicando la endogamia. Su suerte, como bien vaticinaron los investigadores, no fue la misma que aquellos que permanecieron unidos. En general, las comunidades más extensas tenían mejores oportunidades de soportar la grave sequía que les azotaba, sin verse en la necesidad de emigrar. «Aquellos que interactuaban con grupos más pequeños o aislados se vieron forzados a peregrinar hasta un lugar donde pudieran sobrevivir». Sólo hubo una excepción: el pueblo Zuñi, que a pesar de ser de no haberse granjeado conexiones externas, ha sobrevivido hasta nuestros días en el oeste de Nuevo México. Su triunfo fue, principalmente, gracias al gran tamaño de su población y a la diversidad de recursos que poseían en su zona.
El estudio, enfocado a examinar las redes sociales en la antropología, será publicado en el próximo número del Journal of Archaeological Method and Theory. Según subrayó Mills, «el estudio constata el valor de las redes sociales en tiempos de crisis y sus beneficios a largo plazo. Se intuía que las comunidades más extensas son una gran estrategia para la supervivencia y con esta investigación hemos podido confirmarlo».
Vía | Universidad de Arizona
Redacción QUO