Los que tenemos hijos adolescentes lo sabemos: ellos pueden convivir con un hedor de calcetines, ropa sucia y mascotas húmedas sin percatarse siquiera de esos efluvios, pero tienen una sensibilidad asombrosa a la hora de reconocer, a kilómetros de distancia, que hay una hamburguesa cerca. ¿Cómo lo hacen?

Un reciente estudio, realizado por la Universidad Aarhaus (Dinamarca) puede dar una pista sobre este enigma de la paternidad. Los expertos, liderados por Alexander Fjældstad, evaluaron la capacidad olfativa de 410 voluntarios menores de 50 años. Si bien la mayoría de ellos fueron capaces de detectar olores obvios, como el de la gasolina, el café o el pescado, sí se detectó una brecha generacional olfativa, por así decirlo.

Los mayores de 18 años podían señalar la presencia de hierbas aromáticas, especias y alimentos como pan o frutas como el limón. Pero uno de cada 10 adolescentes, entre los 12 y los 18 años, no eran capaces de identificar el olor a cigarrillos o sudor. Y a la hora de apuntar al perfume de jabón, los jóvenes también perdían ante los adultos. Eso sí, se se trataba del dulce hálito de las bebidas gaseosas, gominolas, barritas de chocolate o ketchup, entonces acertaban con notable precisión. Los resultados, publicados en Chemical Senses, señalan que los menores de edad deben acostumbrarse durante mucho tiempo a ciertos olores para identificarlos.

«Nuestros hallazgos en adolescentes – comentan los autores en el estudio–concuerdan con la hipótesis de que los niños pueden carecer del conocimiento específico de los olores que se acumula a lo largo de la vida. Pese a que los olores son potentes desencadenantes de los recuerdos autobiográficos desde la primera década de la vida -y de una manera estrechamente vinculada a la memoria- la capacidad de nombrarlos es una habilidad adquirida que lleva años dominar”.

Juan Scaliter