Una técnica empleada hasta ahora solo en restos microscópicos permite detectar partes blandas ocultas a simple vista.
En la provincia china de Liaoning se han hallado fósiles extraordinariamente bien preservados de Confuciusornis, una de las primeras aves conocidas. Con pico, alas y larga cola formada por dos plumas, se consideraba incapaz de volar y nadie había determinado hasta ahora si vivía preferentemente en el suelo o en los árboles. Sí que lo hizo a principios del Cretácico. Para averiguar con mayor precisión los detalles de su comportamiento hacía falta algo más que restos de huesos. Y la bióloga Amanda R. Falk se propuso encontrar esa información.
Para ello, aplicó a dos ejemplares conservados en el Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de Pekín una técnica hasta hace poco reservada a fósiles microscópicos: la fluorescencia estimulada por láser. Su ventaja es que permite detectar restos orgánicos y partes blandas ocultas a simple vista.
Efectivamente, allí estaban: escamas con estructura de retícula en las patas, que prestarían mayor flexibilidad a los dedos, y restos de tejido blando bajo los pies, especialmente aptos para superficies rugosas. Ambas características, junto a la gran curvatura de las garras en las cuatro extremidades, apuntan a una gran destreza para desplazarse por las ramas.
Pero ¿cómo llegaban hasta ellas? La bióloga del Center College de Kentucky (EE. UU.) también tiene una respuesta. Sus alas, con una forma hoy inexistente, presentan una membrana que une el hombro con la muñeca –el patagio–, capaz de ayudar a Confuciusornis a mantener su peso en vuelo. Quizá no para una migración, pero sí en trayectos cortos.